Según comenta la revista Ñ el gobierno de la ciudad lanzó una campaña llamada “Yo leo en el bar”. La propuesta consiste en la colocación de una biblioteca con las obras de Jorge Luis Borges en quince bares de la ciudad. Ideas como ésta, que propenden a la lectura –y mucho más la de Borges-, no nos cansaremos de aplaudir. No obstante, nos extraña la segunda parte de la noticia.
No solo en bares podremos leer Ficciones o el Aleph, también será posible en algunas calesitas. Sí, el gobierno de la ciudad ha encontrado al carrousel como lugar propicio para las lecturas del mejor escritor argentino. Que esta segunda opción no haya sido considerada para ser parte del título de la campaña –es decir pudo haberse llamado “Yo leo en el bar y en las calesitas”- nos hace sospechar que hasta a ellos mismo les avergüenza la idea. Los bares de Buenos Aires siempre han simpatizado con la literatura, y quién lo ha probado conoce el placer que causa la lectura con un café. Pero la calesita no lo entendemos. Nos recuerda a ese malogrado ensayo de repartir cuentos en los entre tiempos de los partidos de fútbol. ¿Habrán considerado, me pregunto, que los padres son víctimas del tedio, observando como sus hijos dan vueltas y vueltas?
El funcionario declara: “De las muchas tareas que encaramos, una de las más queridas es difundir el hábito de la lectura a través de formas no convencionales”. Si por formas no convencionales quiere decir lugares en donde no se suele leer porque es incómodo o estúpido, no puede ser nunca un modo eficaz para difundir el hábito de la lectura. El individuo que niega los libros en una biblioteca pública o en la escuela, los negará con más afán en una calesita o en un estadio de fútbol. La lectura es un acto profundo, placentero y también feliz, si nos abandonamos del todo al pensamiento que nos brinda. Pero para ello exige cierta concentración y quietud para saborear mejor las páginas.
Fuente: Panoramica Del Observador, Jose Ignacio Alonso, Literatura , Poesia , Notas destacadas , nos reservamos los derechos.