De los tantos vejámenes a los que se puede tildar a cualquier escritor americano el más prejuicioso es el de mitigar su patriotismo. Es común en nuestro continente que aquello que repudiamos del militar pretendamos exigírselo al escritor. Levemente lo padeció Borges en su país, y también Alfonso Reyes en México. Esta pérfida acusación se gesta de la indiferencia a sus obras y hasta de la ignorancia de sus virtudes; más de una persona me ha dicho con soltura que Borges prefirió morir en otro país, y dicha acción lo invalidaba de ser argentino. Esta declaración innoble posee una intención tramposa. El hombre, ya transcurrido todos sus años, debe pasar por ese estado miserable que es la muerte; y el otro, más ajeno y placiendo el aire que respira, demanda que aquel decida patrióticamente donde dejará sus huesos. En vano traer a la memoria ajena sus primeros poemarios, llenos de barrio, de la mitología del compadrito; en vano la afición del gaucho y de la llanura y del Sur. Reyes, por su parte, se mecía en las palabras del griego, y ciertos sectores traducían ese amor a un olvido del azteca. Pero Reyes era hondamente mexicano y hondamente americano. En una carta a Max Daireaux porfía sobre algunos puntos del libro Littérature Hispano-américaine que escribió el francés. Daireaux consideraba a la literatura de México fuera de la hispánica en América. Reyes responde: “Viviendo yo en Madrid, con cuyo mundo literario me siento tan compenetrado, dirigí una convocatoria anónima a varios escritores, citándolos para celebrar en el Botánico, con unos minutos de silencio, cierto aniversario de Mallarmé. José Ortega y Gasset escribió después sus impresiones en la Revista de Occidente, y declaró que la sola idea de aquella reunión se percibía la presencia de un americano, de un sentir, de un pensar, que no eran típicamente españoles”.
Algunos hombres, como ocurrió con Kafka, les fue vedado la patria, o mejor dicho les fue otorgada muchas en la misma sangre. Sabemos que nació en Bohemia, era judío, hablaba en checo y escribía en alemán. Algunos biógrafos describen al escritor como ajeno a su herencia judía, aunque estudió hebreo y tuvo interés en el yiddish. Esa curiosidad cultural es común en todo literato; esa curiosidad es la que logra, de vez en cuando, alejarlo de su patria para conocer nuevos colores. Afirman que los últimos manuscritos de Kafka se encuentran todavía, como una cosa más, en la penumbra de la planta baja de un departamento de Praga, vigilados por dos ancianas y unos cuantos gatos. Al escritor le hubiera parecido risible la discusión de dos naciones para quedarse con aquel botín.
Siempre es meritorio sospechar de quien abusa del epíteto patriotismo, y más en este siglo, que aquel está agotado por la efervescencia del fútbol. Esos moralistas de la bandera, a fuerza de simular noblezas, asocian todos los símbolos hasta perder su independencia. Ejercen sin esfuerzo la idolatría, trastocan el valor real, y equivocan el tiempo en el que deben aleccionarla. Me gusta encontrar en el escritor algo de vuelo universal, algo desprendido de los límites geográficos. La palabra escrita, como todas las artes, puede carecer sin miedo de las cosas comunes y de marcas imborrables de la piel. El escritor puede prescindir, si lo desea, de ser europeo, español o madrileño. Esos detalles de ciudadano están presentes, aunque su literatura simule ignorarlas. Hay escritores que sienten en su nacionalidad una suerte de obligación moral, y les dicta que, dependiendo del país de origen, deben escribir sobre ciertos temas (verbigracia: el carácter de argentino, o de americano, les exige ser fieles a la escritura de la abominación de las dictaduras, de las perplejidades del psicoanálisis, del peronismo,o de las indiscreciones de los próceres).
Algunos hombres, como ocurrió con Kafka, les fue vedado la patria, o mejor dicho les fue otorgada muchas en la misma sangre. Sabemos que nació en Bohemia, era judío, hablaba en checo y escribía en alemán. Algunos biógrafos describen al escritor como ajeno a su herencia judía, aunque estudió hebreo y tuvo interés en el yiddish. Esa curiosidad cultural es común en todo literato; esa curiosidad es la que logra, de vez en cuando, alejarlo de su patria para conocer nuevos colores. Afirman que los últimos manuscritos de Kafka se encuentran todavía, como una cosa más, en la penumbra de la planta baja de un departamento de Praga, vigilados por dos ancianas y unos cuantos gatos. Al escritor le hubiera parecido risible la discusión de dos naciones para quedarse con aquel botín.
Siempre es meritorio sospechar de quien abusa del epíteto patriotismo, y más en este siglo, que aquel está agotado por la efervescencia del fútbol. Esos moralistas de la bandera, a fuerza de simular noblezas, asocian todos los símbolos hasta perder su independencia. Ejercen sin esfuerzo la idolatría, trastocan el valor real, y equivocan el tiempo en el que deben aleccionarla. Me gusta encontrar en el escritor algo de vuelo universal, algo desprendido de los límites geográficos. La palabra escrita, como todas las artes, puede carecer sin miedo de las cosas comunes y de marcas imborrables de la piel. El escritor puede prescindir, si lo desea, de ser europeo, español o madrileño. Esos detalles de ciudadano están presentes, aunque su literatura simule ignorarlas. Hay escritores que sienten en su nacionalidad una suerte de obligación moral, y les dicta que, dependiendo del país de origen, deben escribir sobre ciertos temas (verbigracia: el carácter de argentino, o de americano, les exige ser fieles a la escritura de la abominación de las dictaduras, de las perplejidades del psicoanálisis, del peronismo,o de las indiscreciones de los próceres).
Querido José Ignacio, estoy de acuerdo y comparto la forma de ver y pensar a los escritores como desprovistos de patria, tan universales como los temas que sean capaces de tratar. No desdeño a aquél que se restrinja a su realidad nacional, social, política,pero admiro mucho la universalidad en la letras.
ResponderEliminarEstupendo post, de verdad.
Un beso
Nacho (si esi te puedo llamar...puedo?): Voy a opinar desde mi poco conocimiento sobre el articulo que me gusto mucho.
ResponderEliminarDos imagenes se me venian a la mente mientras leia el texto:
1) Joyce creo que odiaba bastante a Irlanda, su país, y a sus habitantes.
2) Oscar Wilde dijo "Porque no fue genial, no tuvo enemigos"
Abrazo !!!.....
Pd:Cuando el futbol deja de ser simplemento un hermoso juego, es donde se torna dificil defenderlo.Firma: Un futbolero en contradicción.
Tani: gracias por tu comentario. La universalidad en las letras es quizás lo que hace inolvidable a ciertos libros.
ResponderEliminarSaint obviamente podés decirme Nacho.
Tienes razón con lo de Joyce, aunque su repudio era, como Flaubert, más hacia la sociedad en general que a su país. Irlanda está muy presente en Joyce, su Dubliness (Hombres de Dublin) son relatos de esa ciudad, y naturalmente también está en su Ulises.
Otro recuerdo puede ser Poe. Baudelaire decía que Poe era demasiado para Estados Unidos. Shaw pensaba lo mismo.
Le sucedió lo mismo a León Bloy, no se hacía querer en su Francia.
La frase de Wilde es acertada.
Y lo del futbol pienso exactamente igual. Lamentablemente, debí usarlo para demostrar que en algunos rubros es más fácil ser patriota. Pero es hermoso y no tiene la culpa.
Tani, Gracias por tus comentarios, como siempre.
ResponderEliminarSaint: Estimado, de a poquito y de a mucho, ya te estas dando a conocer. =)
Realmente te has hecho esperar querido amigo, pero cuando volves, sos un huracan que nos desacomodas de la silla y luego al encontrarla no sabemos si era la misma.
Es sumamente precisa la mirada sobre el patriotismo en los escritores.
Creo, desde mi ignorancia pero si desde mi consciencia, que ese sentido de patriotismo es absolutamente dependiente de la mirada ajena. Es justamente lo que discutiamos hace algunos dias, si un escritor se basa en aquello, esta absolutamente condicionado y hasta sus palabras llevan culpa. Es un prejuicio que la sociedad no ha madurado y esta presente cuando se necesita criticar algo que no ha gustado y se es ignorante a la vez.
Una aclaracion sobre el futbol: Que ejemplo mas claro puedo dar, que el dia del bicentenario de la patria, hubo 6 millones de personas y ni la mitad de un cuarto del total de esa gente llevaba banderas Argentinas o camisetas, pero si escarapelas.
Hoy por hoy, a visperas del mundial, la gente se avalancha sobre camisetas que no son originales y a lo sumo si no gusta, cuando son vistas por algun visitante en su casa, es colgada de un balcon en sinonimo de apoyo.
Gran nota,
Un abrazo,
Estimado amigo, su punto de vista es el que defiendo continuamente (pero claro, no tan bien expuesto), francamente creo que los artistas y los escritores lo son, cuando mejores mas universales y eso no quiere decir que renuncien a la casa donde nacieron, al barrio en que se criaron,no, lo que pasa es que las fronteras ya no son las mismas y desde luego tampoco son las de una bandera o un icono (por otra parte, normalmente interesados), los artistas (escritores, poetas), al fin son ciudadanos del mundo, y muchas veces es en la patria chica donde se les olvida, como es el caso del escritor guatemalteco Julio Fausto Aguilera, del que recientemente he comentado algo en mi humilde bitácora a la que le invito a visitar alguna vez.
ResponderEliminarMe gusta su sitio, digno, bien construido y con gran contenido.
Saludos.
Juan Francisco.
Amigo Juan Francisco: Le agradezco su comentario. Antes de contestarle he querido leer su nota sobre Julio Fausto Aguilera. Al leerla pensé en una penosa idea: acaso no sea el único poeta olvidado de América. No debemos olvidar a los hombres con los que estamos en deuda. Una tímida intuición me dice que el poeta no puede olvidar la tierra donde nació su pasión.
ResponderEliminarHola José Ignacio,
ResponderEliminarFelicitación por este excelente articulo.
Pienso que en la literatura como en cualquier otra forma de expresión es esencial que el creador exprime únicamente lo que nace de él,sin ninguna horma impuesta.
Un saludo.