Notas : Homenaje a Borges

Escribir una página sobre Jorge Luis Borges es ejercer un acto reincidente en las cosas ya comunes y demasiado famosas: su vindicación de Buenos Aires, su amor a las letras anglosajonas, su afán de laberintos y tigres, sus inolvidables cuentos y su metafísica. Me enajenaré de las biografías y de halagos foráneos y trataré de escribir sobre mi propio contacto con los textos de Borges. Los primeros dos libros que leí hace varios años fueron, en una edición económica, El hacedor y El informe de Brodie; desde aquellos días no dejé de leerlo. Declaro un presentimiento que ocurre en la lectura de sus libros: leer a Borges es leer la literatura; es leer cientos de miles de libros a la vez; es leer una biblioteca infinita. Es adentrarse, al mismo tiempo, en las leyendas nórdicas y en los cuentos orientales, y en el Siglo de oro, y en el modernismo. Me enseñó a Quevedo, me enseñó a Chesterton y a Stevenson. Quiso ser ellos, pero en el decurso de los años los superó y en el final de su vida lo supo. He dicho que me enseñó; esa ejecución es de orden milagrosa o mágica, ya que ha muerto hace 24 años. Esa magia, esa forma certera de inmortalidad sólo pueden practicarla los grandes hombres.
Jorge Luis Borges ha entrado en el canon de los escritores universales, junto a Shakespiare, Cervantes y Goethe.