Pruebas: Notas : La caridad de algunos libros

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martes, 11 de mayo de 2010

Notas : La caridad de algunos libros

Caridad de algunos libros, Notas

Practicaré una mínima observación sin vuelo científico y alentada por el prejuicio: ávido, el presente de la desaforada concreción del yo, de los innumerables Zarathustras que pueblan el orbe, de las alquimias, de las salvaciones, y quimeras, no se permite escamotear en la invención de las supersticiones. Una de ellas –no menos lastimeras que las otras- es la vanagloria del éxito. Este espécimen de la más silenciosa vulgaridad, invade al hombre de edad temprana e insinúa una perpetua estancia. El éxito es, al final del camino, una mera fe moderna. Los predicadores del buen vivir profesan aquella fe y la veneran como un dios resentido. Encienden velas y aromatizantes en su honor y codician su presencia eterna. Ese desparpajo de pensamiento –por no decir de conocimiento- es transmitido con evidenciada obviedad, en millares de libros, que atiborran anaqueles propios en las librerías de moda, y en conferencias populosas. Escriben y hablan con la retórica incondicional de un político, con la diferencia de que la prédica de aquellos es aprobada con indulgente fanatismo. Insinúan el éxito del espíritu y hacen bandera de semejante abstruso, pero no menosprecian el éxito económico y social. Iré más lejos: sospechan que los dos últimos son el preciso camino para llegar al primero. Así forjan una teoría extraña pero verosímil.


Seguiré con esta superflua inquisición; todas esas páginas de tedioso halago hacia el lector y hacia sus disimuladas virtudes pueden resumirse a dos postulados, a saber: el primero pretende evocar –acaso sin quererlo- a una vieja negación de la materia, con vestigios del idealismo de Descartes, en la cual hay una sola voluntad y es el incuestionable yo, toda circunstancia y situación sucede por nuestros deseos. Solo debemos ansiar el oro para tenerlo. La segunda, que puede provenir de la primera, corresponde a creer que no existe el conflicto externo, solo el yo provoca su propio conflicto y solo el yo puede destruirlo. Le prometo al lector que no sugieren más recetas que estas dos baratijas, que repiten ad nauseaum para justificar trescientas páginas. Las teorías –insistir en la utilización de esta palabra injuria a la ciencia- se refutan por la simple causa de ser impracticables. Quien las persigue religiosamente colisionan con la solidez de la realidad.
Como un famoso escritor dijera, ya se me cansó la discordia. También prometo, ya que nada cuesta hacerlo, no volver a hablar de estos libros.



Fuente: Panoramica Del Observador, Jose I. Alonso, nos reservamos los derechos.

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