El Mensaje de Harry

Era de noche, desciendo del bus urbano y voy caminando por las calles casi deshabitadas del barrio, rápido para llegar a casa temprano; tranquilo pero con prisa para luego sacarme los zapatos y estar descalzo.
Rumiando mentalmente el día que practicamente ya había terminado, me llama la atención un afiche publicitario de una nueva película que trata de las aventuras de un mago, ya bastante adolescente, llamado Harry P... junto a sus amigos. Me detengo, con las manos en los bolsillos miro el afiche, la imágen, lo que dice:

HARRY P... 7
"No confíes en nadie."

Con un Harry de mirada desconfiada, de sospecha, al igual que su amiga.

Al lado de ese afiche, hay otro, con otro protagonista, mirando hacia atrás sobre su hombro, con igual mirada, hasta inclusive con miedo:

HARRY P... 7
"Ningún lugar es seguro"

Cuando levanté un poco más la cabeza, como queriendo mirar con mayor ángulo de visión, me di cuenta que había varios afiches pegados en la pared de la cuadra. Imágenes de adolescentes, desconfiados, aislados, separados, con mirada de solitarios. Imágenes con un mensaje bien claro: No confiar, nada es seguro.


Una de las -supuestas- películas más taquilleras de los últimos años que atrapa a jóvenes de distintas edades nos inunda con estos mensajes antisociales y disgregadores, que generan una notable división entre el espiritu más puro y simple que existe en el ser humano: el jóven.
Y ya lo coartan antes de que crezca, ya les imponen el mensaje que a los "titiriteros de la sociedad" más le convienen: para manipulearlos, para que no se unan, para que estén encerrados, para que no se conecten humanamente, para que no crean en nadie, para que no confíen en nadie, porque: Ningún lugar es seguro.

Seguí mi camino indignado, aún más cuando a las pocas cuadras veo más carteles como éstos, con las mismas miradas, los mismos mensajes.
Sé que para algunos puede resultar insignificante este cartel pero no lo es, nunca lo es, no para el inconciente. En un segundo que uno haya levantado la vista, el mensaje recibido es claro, queda fijo en la memoria. Por más que ni lo notemos, queda instalado allí. Imaginemos nuestra mente como un prado fértil para cosecha (más aún la de un adolescente), y todos los días en vez de semillas, siembro piedras y piedras y más piedras, lo que obtendrá es un prado pedregoso, sin frutos, sin vida. Si en vez de sembrar piedras, siembro semillas de tomate, de limón, etc., obtendré mucho fruto, vida. Si veo que por todos lados, lugar donde voltee la cabeza, mi mente se siembra con "semillas de piedras" que no se puede confiar en nadie, ningún lugar es seguro, si veo que cuando prendo la televisión el mensaje es el mismo, si cuando hablo con la gente también piensa lo mismo, mi mente desconfiarà, temerá, estará sola, indefensa. En cambio si utilizo "semillas de amor", que la confianza, la solidaridad y la cooperación está en todas partes, estoy seguro que el resultado será completamente distinto. Segurísimo.

En los pocos metros antes de llegar a casa, tiré las piedras y me sembré semillas de amor. Al entrar me saqué los zapatos, me puse descalzo y miré por la ventana del cuarto al cielo, la luna y las estrellas que susurraban a mis oidos: Todos somos uno, todos somos amor.

Todos somos uno, todos somos amor, todos somos uno...