Ha dicho Abelardo Castillo que un cuento eficiente es aquel que no pudo escribirse de otra manera. Si esa afirmación infringe en un capricho, no podemos negar que encierra algo de verdad. El cuento, en su expresión entera, es una construcción en la que cada parte no puede prescindir de la otra. La novela, en cambio, autoriza la dilatación y el aglomerado de insignificancias; los acopios de errores y las nimias distracciones del escritor se ven beneficiadas por la cantidad de hojas y pueden pasar desapercibidas. Es verdad que Mark Twain se ganó su fama por sus novelas (Tom Sawyer, Príncipe y mendigo, Las aventuras de Huckleberry Finn), pero no fue menos eficaz en sus relatos.
Sin querer venirme abajo con el patetismo del elogio, debo declarar que sus cuentos poseen la llaneza de la simplicidad, (como si escucháramos la misma voz de Twain relatando sus historias a orillas del Mississippi) y al mismo tiempo, la sorpresa de lo único e irrepetible, como la tuvo Hathworne, Stevenson o Kipling. Algunas de ellas son austeras (El disco de la muerte, Los cinco dones de la vida), otras tienen la inusitada estructura de un chiste prolongado (La broma que le hizo ganar a Ed una fortuna, El legado de treinta mil dólares).
Como Conrad, fue un incansable aventurero; lo inspiró, como a muchos escritores, la imperturbabilidad del río. Vivió en los umbrales de los sueños de la industria. Fue un declarado humorista hasta ser abatido por la pérdida y por los años.
Han pasado cien años de su muerte; las huellas de su elefante blanco todavía siguen presentes.
Fuente: Panoramica Del Observador, Jose Ignacio Alonso, nos reservamos los derechos.
Me parece muy bien tratada la faceta de escritor de cuentos del sureño Mark Twain. Casi siempre he leído a un autor por sus novelas y después me he topado con el tesoro de sus cuentos, léase Juan Carlos Onnetti y Faulkner entre muchos otros.
ResponderEliminarGracias por este homenaje en el centenario de su muerte.
Un saludo.
Gracias Susan por el comentario,
ResponderEliminarMe consta lo que dices de Faulkner. Según Castillo, Faulkner alguna vez dijo: "Me propuse a escribir poesía y no pude, entonces practiqué el cuento, al no poder terminé escribiendo novelas". Irónicamente quisó jerarquizar por complejidad o por placer los diferentes géneros.